Nací en Sevilla. Heredé de mi padre la sensibilidad por la belleza, por el arte. De mi madre, la devoción que se respiraba en las casas modestas de mi infancia por la cultura, por el saber. Me hice muy pronto empleada pública, siguiendo los consejos de mi padre.
Recuerdo perfectamente cuándo aprendí a leer, y cómo mi profesora de párvulo me paseaba por las clases de los mayores como si yo fuera un experimento. Desde entonces, siempre me acompaña la lectura. Las estanterías de mi casa están repletas de amistades incombustibles que van a más con el tiempo. Y es que, de leer a escribir hay un solo un paso. De hecho, escribir también es una manera de leer.